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Antonio Muñoz Molina viaja al centro de su imaginario
“Este es el centro de mi imaginación”. El escritor y académico Antonio Muñoz Molina se ha reencontrado nuevamente con su niñez y su adolescencia, en las que se forjaron muchos retazos de vida que más adelante alumbraron algunas de sus novelas más importantes. En pleno barrio de San Lorenzo, en Úbeda (Jaén), el premio Príncipe de Asturias presentó la noche del miércoles su última novela, Como la sombra se va (Seix Barral, 2014) entre el cariño y el fervor más incondicional de sus paisanos.
“Es una indagación sobre dos cosas: por una parte, sobre un criminal, un asesinato y una tragedia política americana que nos toca muy de cerca y, por otra parte, una reflexión sobre el oficio de la literatura y sobre cómo en mi propia vida se ha desarrollado ese oficio”, declaró el escritor ubetense antes de presentar su novela en la iglesia de San Lorenzo, reconvertida en foco cultural de la ciudad Patrimonio Mundial tras la cesión del Obispado a una fundación cultural con la que también se implicó el propio Muñoz Molina. En Como la sombra se va, que recrea la vida del asesino de Martín Luther King, Muñoz Molina vuelve también a Lisboa, ciudad donde el escritor alcanzó su consagración literaria con El invierno en Lisboa (Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura). […]
Antes de la presentación de su novela, Muñoz Molina fue homenajeado por los artesanos de Úbeda. En la fachada de la casa familiar donde vivió buena parte de su niñez fue descubierta una placa en reconocimiento al ubetense más ilustre. En ella se lee un párrafo de Viento de la luna, otra de sus novelas: “En nuestra plaza las puertas solo se cierran a la caída de la noche, y en verano, mucho más tarde...Y el barrio se queda desierto y en silencio”. Los artesanos Paco y Pablo Tito, promotores de este homenaje en el que el barro se fusionó con el moldeado de las palabras, señalaron que “Muñoz Molina ha plasmado con destreza la historia de lo cotidiano en el devenir de nuestra ciudad, hermanando con ello barro y memoria".
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Autorretrato de Antonio Muñoz Molina
Nací en Úbeda, provincia de Jaén, el 10 de enero de 1956. Mi padre se confundió de fecha al ir a inscribirme en el registro unos días más tarde, de modo que a efectos legales soy dos días más joven. En esa época las mujeres aún daban a luz en casa, ayudadas por una comadrona. Yo nací en la buhardilla que mis padres alquilaron al casarse. La llamaban “el cuarto de la viga”. Los dos eran muy jóvenes: mi padre tenía 27 años, mi madre 25. Yo también tenía 27 años cuando nació mi hijo mayor. […]
Durante los primeros tiempos de mi vida fui un privilegiado: hijo único, nieto y sobrino casi único. Cuando mi hermana nació yo ya tenía casi seis años. Mis padres, mis abuelos, mis tíos, llegaban a casa trayéndome tebeos y a veces caramelos y pequeños cartuchos de cacahuetes o castañas asadas, el papel de estraza todavía caliente cuando lo tocaba. Aprendí a leer, escribir y hacer cuentas en una escuela de las que llamaban “de perra gorda”. Nos sentábamos en pequeñas sillas de anea que habíamos traído de nuestras casas y escribíamos en pizarra individuales con marcos de madera, con pizarrines de tiza blanca que se partían si uno apretaba demasiado. […]
Me gustaban mucho los tebeos, los libros, las películas, los seriales de la radio y los programas de discos dedicados. Cerca de nuestra casa había un cine de verano, al que iba con mi madre, mis abuelos y mis tíos casi todas las noches. Todas las películas me gustaban, salvo las “de llorar”, que eran melodramas mexicanos en blanco y negro. En la radio no me cansaba de oír los folletines de Guillermo Sautier Casaseca y las canciones populares que reinaron en ella hasta la irrupción de la música pop anglosajona y sus derivados: Lola Flores, Juanito Valderrama, Antonio Molina, Joselito, Marisol. En la radio la gente reconocía exactamente su propio mundo sentimental. Cuando se acercaba la Navidad, mi abuela Leonor, mi madre y mi tía Juani, su hermana más joven, pasaban la mañana cantando villancicos mientras hacían la cama y arreglaban la casa. Las canciones de la radio y los villancicos de las mujeres de mi familia fueron las emociones musicales más intensas de mi infancia. […]
Hacia los once o los doce años empecé a leer a Julio Verne y a Mark Twain, a Stevenson, a Agatha Christie, a Dumas. Quizás la novela que he leído más veces en mi vida es La isla misteriosa, de Verne. El primer personaje que me produjo una fascinación consciente como pura invención literaria fue el capitán Nemo. Julio Verne fue el primer escritor: el que me hizo comprender que las novelas las escribía alguien, que no eran una parte espontánea del mundo. Por imitación de Verne concebí la posibilidad fantástica de hacerme yo también escritor. Después vinieron, desordenadamente, Cervantes, Bécquer, García Lorca.
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